Esta obra es una de mis favoritas, no tanto por la obra en si, si no por lo que significa.
Un día navegando en Internet vi una vasija rota y pegada con algo que parecía «oro derretido», inmediatamente captó mi atención y empecé a investigar el porqué. Y resulta que en Japón existe una técnica, llamada Kintsukuroi, para reparar la cerámica rota con una resina que se mezcla con polvo de oro, plata o platino, con la finalidad de embellecer el objeto, de no desecharlo.
Al utilizar esta técnica el objeto aumenta su valor y la ruptura forma parte de su historia.
Con esta filosofía en mente se me ocurrió hace uno de mis entes así. Quería que fuera como un reflejo. Quería decir que nuestras heridas o cicatrices no las ve nadie más que nosotros. Al mirarnos al espejo somos nosotros mismos los que vemos nuestros defectos, nuestras heridas y las cosas que nos han hecho daño. Pero todas lo que nos hace daño nos hace más fuertes, de todas las adversidades aprendemos algo.
«Cada grieta y cada marca son eventos de la vida, eventos que pasan, que te hacen más fuerte, es un recordatorio de que aunque algo esté roto, puede llegar a ser más bello aún de lo que ya era.»
Como no tenía una referencia para esta obra, decidí hacerla yo misma. Primero hice una máscara de barro y la pinté de mi color favorito (Azul de Prusia) y le tomé varias fotos en diferentes ángulos frente a un espejo. Luego la rompí. Busqué un pegamento transparente y una sombra de ojos dorada, los mezclé y pegué la mascara. Volví a tomar fotos en los mismos ángulos e hice un Photoshop y listo! Ya tenía mi referencia para pintar.

Acabada la obra entró a una exposición colectiva de la Asociación de Alzheimer de Monterrey, ya que el tema era muy adecuado. Y me pidieron si podía explicar mi obra en día de la inauguración. Aquí estoy hablando de ella.
Esta obra se vendió unos meses después.
Con mi familia el día de la inauguración.

